domingo, 29 de septiembre de 2019

El Partenón, en lo más alto



Es verdad que muchas veces, cuando las expectativas son altas, cuando la ensoñación es excesiva, el momento de la verdad puede ser decepcionante, el objeto real de nuestros sueños puede no responder a los niveles de exigencia puestos en su imagen. Todo el mundo ha soñado con el Partenón, con sentirlo cerca, con abrazarlo, todo el mundo lo ha divinizado. A pesar de ello, cuando después de atravesar los Propileos nos plantamos por fin ante la gran obra de la arquitectura griega, a nadie decepciona la contemplación de este monumento que proclama a los cuatro vientos y desde lo más alto la grandeza de la polis ateniense a mediados del siglo V a.C. Aunque el lugar esté totalmente abarrotado de gente, aunque esté su portentosa figura parcialmente eclipsada por los andamios y por mucho que distorsionen su estampa las obras de reparación que se llevan a cabo desde hace 30 años, no hay más remedio que rendirse ante su presencia, extasiarse a la vista de su porte elegante, embelesarse con esas majestuosas columnas de más de 10 m de altura tan armónicamente dispuestas y quedar cautivado ante el magistral acabado de su proporciones.


Caminaba un día Pericles pensativo por la Acrópolis derruida, llena de escombros desde hacía años, hecha añicos, destrozada por Jerjes I. Se lamentaba para sus adentros del estado ruinoso en que el rey aqueménida había dejado la parte noble de la polis ateniense y en ese instante decidió que había que recuperarla haciendo un gran templo consagrado a la diosa de la ciudad. Atenea Partenos (Atenea la virgen), la diosa que compitiendo con Poseidón se convirtió en la deidad protectora de Atenas y dio nombre a la ciudad, también dio nombre al templo más emblemático de la arquitectura griega, el Partenón. Las obras de reconstrucción, supervisadas por Fidias, se terminaron hacia el año 432 a. C. El Partenón de la diosa Atenea tuvo diferentes usos tras la época griega y ha pasado por suertes diversas pero, pese a las agresiones sufridas, a los bombardeos, a los saqueos y a los abandonos, ha sobrevivido con orgullo y dignamente al paso de los siglos.

Templo de Atenea Niké


Lo primero que atravesamos para llegar al Partenón son los Propileos, las puertas monumentales de acceso al recinto. Se construyeron dentro del plan de remodelación de la Acrópolis pero debido a las guerra del Peloponeso, nunca fueron terminados. Según se asciende, a la derecha de los Propileos, se encuentra una pequeña gran joya de la Acrópolis, el templo de Atenea Niké, construido en honor a la diosa de la victoria para conmemorar el triunfo sobre los persas en la batalla de Salamina. En su interior había una imagen de la diosa alada, a la que le cortaron las alas para que nunca pudiera abandonar la ciudad y la defendiera eternamente.

Erecteion

Pórtico de las Cariátides

Otra gran maravilla de la Acrópolis, otro gran templo, es el Erecteion, muy cerca y al norte del Partenón. El templo del rey Erecteo, consagrado a Atenea y Poseidón, fue construido por orden de Pericles para albergar distintas reliquias. Lo más destacado del Erecteón es el famoso Pórtico de las Cariátides, con seis  estatuas de mujeres haciendo de columnas. Las cariátides que podemos ver en el templo son copias. Cinco de las originales pueden verse en el Museo de la Acrópolis. Pegado a una de las paredes del templo está el olivo sagrado que supuestamente Atenea le regaló a todos los atenienses tras su victoria sobre Poseidón. Dicho árbol fue destruido por los persas pero una vez que los persas fueron expulsados, el árbol volvió a florecer.

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