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El omphalos |
Delfos en su momento era algo así como el Vaticano, la Meca, Benarés o el Tibet, el centro, el objetivo, el eje en torno al cual se mueve el mundo. Cuenta la mitología que Zeus, el padre de los dioses, quiso verificar este hecho científicamente y para ello echó dos águilas a volar, la una desde el punto más extremo por el Oriente y la otra desde el más lejano del Poniente. Cuando las dos águilas se encontraron descendieron y se posaron en una roca del lugar. Aquel lugar era Delfos y la piedra que las águilas eligieron para corroborar el convencimiento de Zeus se encuentra en el Museo allí instalado. Es admirada y conocida con el nombre de omphalos, que significa ombligo. Delfos había quedado así convertida oficialmente en el ombligo del mundo. Durante mucho tiempo todos los caminos condujeron a Delfos.
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El templo de Apolo |
Las gentes acudían en masa al oráculo. El oráculo venía a ser algo así como el despacho de los dioses, el lugar al que acercarse para hacerles alguna consulta, en busca de solución a un problema o de respuesta a alguna duda inquietante. Éste de Delfos era el que se utilizaba para dirigirse al dios Delfino (de ahí su nombre). Está situado junto al monte Parnaso y originariamente se conocía por Oráculo de Pito, el nombre que tenía entonces la actual villa de Delfos. Aquí, a lo largo de un milenio, desde todos los lugares y de toda condición (gobernantes, militares, poderosos y gentes comunes), acudían gentes a pedir consejo para aliviar sus angustias, para pedir aprobación o para aclarar sus dudas. Las respuestas, no siempre fáciles de interpretar, se hacían llegar a cada uno a través de la sacerdotisa de Apolo, Sibila. De la ambigüedad inquietante de las respuestas ha nacido la palabra sibilino, que utilizamos en castellano para significara alguien que no es del todo transparente, que no habla claro o cuyo mensaje retorcido es de discutible interpretación.
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