jueves, 26 de septiembre de 2019

Corinto, la brecha que une mares

Aunque ahora ya existe un puente gigantesco al norte del Peloponeso que une Río con Antirio, dos poblaciones vecinas (apenas seis km las separan), hasta su apertura en el año 2004 la única conexión era a través del istmo de Corinto, es decir 300 kilómetros y 4 horas de viaje. A finales del siglo XIX los griegos decidieron meterle un gran tajo a la tierra, hacer una hendidura gigante para que las aguas del mar Egeo se pudieran unir a las del Jónico y que los barcos se ahorrasen los cuatrocientos kilómetros que hay que hacer para dar toda la vuelta a la península de Peloponeso. Llevaban tiempo preparándolo. Esta dentellada salvaje que se le hizo al istmo es el llamado canal de Corinto, un navajazo brutal de seis kilómetros de largo, una brecha faraónica que convirtió definitivamente una península en una isla, al quitarle al Peloponeso su unión por tierra con el resto de Grecia. Esta gran obra hoy ha perdido buena parte de su sentido original porque tiene poca anchura y un calado escaso, por lo que buena parte de los grandes buques actuales no pueden navegar por él para atravesar de un mar a otro.

Los romanos ya habían tenido la idea muchos años antes, pero no consiguieron llevarla a cabo. Terminaron haciendo un camino por tierra, una vía que unía los dos mares. Aunque eran pocos kilómetros se convertía en un trabajo laborioso porque había que sacar los barcos del mar y, con la ayuda de animales, desplazarlos hasta llegar a la otra esquina en el mar vecino. No fue hasta el siglo XIX cuando el canal se hizo realidad. Hoy se puede apreciar el tremendo tajo cruzando uno de los puentes a través de una pasarela peatonal  cerca de la autopista. Y la verdad es que impresiona esa profundísima brecha de 20 metros en medio de la tierra, por la que siguen navegando pequeñas embarcaciones entre el Egeo y el Jónico. 

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